10 de agosto de 2012

Con las manos al volante

Mantuve la mirada fija en el parabrisas, consumida por una inmensa culpa.

Era un gran error alentarle. Puro egoísmo. No importaba lo mucho que intentara dejarle clara mi posición , no lo había hecho lo bastante bien si él guardaba alguna esperanza de que aquello pudiera acabar en otra cosa que no fuera una amistad.

¿Cómo se lo podía explicar para que lo entendiera? Yo era una cáscara vacía. Había estado completamente huera, como una casa desocupada (y declarada en ruinas), durante meses. Ahora había mejorado un poco. El salón estaba en mejor estado, pero eso era todo, sólo una pequeña habitación. Él se merecía algo mejor que eso, mejor que una casa con una sola habitación, es ruinas y a precio de saldo.

De alguna manera, sabía que no le iba a alejar de mí. Le necesitaba demasiado, aunque fuera egoísta por mi parte.

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