31 de agosto de 2012

XXVII

Dicen que enamorarse es un acto reflejo, algo que no se puede aprender ni controlar... Como el respirar. Yo no creo que sea así. Yo he tenido que aprender a querer a un hombre porque me enamoré de uno. Aprendí a pasear agarrada a su cintura, a deslizarme en su cama temblando y a tener el doble de ropa interior en mi armario. Y lo hice con el mismo miedo y la misma excitación que una niña de cinco años patinando por primera vez en una pista de hielo.

Yo digo que enamorarse es un acto reflejo, como tener miedo. Yo fui una niña sin miedo. No me asustaban los fantasmas, tampoco los monstruos ni la oscuridad. Podía mirar debajo de la cama y estar segura que no habrían esqueletos ni vampiros. Podía enfrentarme a las niñas de quinto y estar segura que no me quitarían la merienda. Y así hasta hoy. Segura de que puedo coger una Magnum y avanzar por un callejón vaciando el cargador porque no es eso lo que me da miedo.

Lo que me aterra es decir que sí a algo que no podré cambiar mañana, pensar en un sofá para toda la vida, en un crédito hipotecario, en una declaración conjunta o en un "esta tarde tenemos que hablar", en buscar colegios y canguros y pensar en un lugar para vivir cuando ya no tengamos pulso para sujetar una Magnum.

Y, de pronto, todo ese terror se empieza a difuminar como el looping de una montaña rusa. Y eso... Es la felicidad.



30 de agosto de 2012

No era un sueño

Cada segundo que él estaba aquí, tan cerca, con su rostro perfecto resplandeciendo a la luz tenue de los números del reloj despertador, era precioso y no debía desperdiciarse.

- Y bueno... -comencé mientras pensaba la pregunta menos importante con la que empezar, aunque no por eso dejara de ser de vital interés. Ya me había traído a casa de una pieza y podría decidir marcharse en cualquier momento. Debía conseguir que no dejara de hablar. Además, este paréntesis, que era como estar en el cielo, no estaría totalmente completo sin el sonido de su voz-, ¿en qué has andado hasta hace tres días?

Su rostro de tornó cauteloso al momento.

- En nada que me entusiasmara excesivamente.
- Claro que no... -mascullé.
- ¿Por qué pones esa cara?
- Bueno... -fruncí los labios, pensativa -, si después de todo, sólo fueras un sueño, ésa sería exactamente la clase de respuesta que darías. Mi imaginación no da para mucho, está muy claro.

Suspiró.

- Si te lo cuento, ¿te creerás al fin que no estás viviendo una pesadilla?
- ¡Una pesadilla! -repetí con resentimiento. Él esperaba mi respuesta-. Quizá -dije después de pensarlo un momento-, si me lo cuentas.
- Estuve... por ahí.
- ¿Eso es todo lo que eres capaz de hacer? -le critiqué-. Eso no prueba de ninguna formaque esté despierta.

Vaciló y después habló lentamente, eligiendo las palabras con cuidado.

- No estuve por ahí para hacer el imbécil. En realidad, ponía a prueba mi habilidad... Y no soy nada bueno.
- ¿Y qué fue lo que estuviste haciendo? -le pregunté, intrigada.
- Nada de importancia -sus ojos no parecían estar en consonancia con su expresión; parecía enfadado o incómodo.
- No te entiendo.

Dudó; su rostro se debatía, brillando bajo la extraña luz verde del reloj.

- Yo...-inspiró hondo-. Te debo una disculpa. No, sin duda, te debo mucho más, muchísimo más que eso, pero has de saber que yo no tenía ni idea... -sus palabras empezaron a fluir con mucha rapidez, del modo que yo recordaba cuando se ponía nervioso, y tuve que concentrarme para captarlas todas-. No me di cuenta del desastre que dejaba a mis espaldas. Pensé que te dejaba a salvo. Totalmente a salvo -sus labios se contrajeron-. Estaba equivocado. Olvidaba por completo que eres un personita con muchas habilidades, entre ellas, la de ser un imán para el peligro -se estremeció y el torrente de palabras se detuvo por un momento-. Por favor, créeme cuando te digo que no tenía ni idea de todo esto. Se me revuelven las tripas hasta lo más profundo, incluso ahora, cuando puedo verte segura en mis brazos. No tengo ni la más remota disculpa en...
- Para, para -le interrumpí.

Me miró con ojos llenos de sufrimiento y yo procuré elegir las palabras adecuadas, aquellas que le liberaran de la obligación que se había creado y que le estaba causando tanto dolor. Eran palabras muy difíciles de pronunciar. No sabía si sería capaz de decirlas sin romperme en pedazos, pero yo quería hacerlo bien. No deseaba convertirme en una fuente de culpa y angustia en su vida. Él tenía que ser feliz, y no me importaba qué precio hubiera de pagar yo.

En realidad, había albergado la esperanza de no verme en la obligación de no sacar a coalición esto en nuestra última conversación. Sólo iba a conseguir que todo terminara mucho antes.

Recurriendo a todos los meses de práctica que había pasado intentando comportarme de un modo normal con todos, mantuve mi rostro tranquilo.

- J -comencé. Su nombre me quemó la garganta un poco mientras lo pronunciaba. Podía sentir aún el espectro de mi agujero en el pecho, a la espera de reabrirse en toda su extensión en cuanto él se marchara. No tenía nada claro cómo iba a conseguir sobrevivir esta vez-, esto tiene que terminar ya. No puedes ver las cosas  de esa manera. No puedes permitir que esa... culpa... gobierne tu vida. No tienes por qué asumir la responsabilidad de las cosas que me han ocurrido aquí. Nada de esto ha sucedido por tu causa, sólo es parte de las cosas que me suelen pasar a mí en la vida. Así que si tropiezo delante de un autobús o lo que sea que me ocurra la próxima vez, has de ser consciente de que no es cosa tuya asumir la culpa. No tienes por qué salir corriendo hacia el fin del mundo porque te sientes mal por no haberme salvado. Haga lo que haga, ésa es mi elección y, desde luego, no tu responsabilidad. Sé que está en tu naturaleza el cargar  con las culpas de todo, pero de verdad... ¡No tienes que por qué llevarlo hasta ese extremo! Es de lo más irresponsable por tu parte no pensar en el resto de personas y...

Estaba a punto de perderlo. Hice una pausa para respirar profundamente con la esperanza de que eso me calmara. Tenía que liberarle. Debía asegurarme de que esto no volviera a ocurrir otra vez.

- Véamos -susurró él, mientras le cruzaba por el rostro la más extraña de las expresiones. Parecía haberse vuelto loco. Me desconcertó el que dijera mi nombre completo-, ¿pero tú crees que quería acabar con todo sólo porque me sentía culpable?

Sentí cómo afloraba a mi rostro la más absoluta incomprensión.

- ¿Ah, no?
- Me sentía culpable, de una forma muy intensa. Más de lo que tú podrías llegar a comprender.
- Entonces, ¿qué estás diciendo? No te entiendo.
- Me marché porque pensé pensé que habías muerto -dijo con miel en la voz  pero con rabia en los ojos-. Incluso aunque yo no hubiera tenido nada que ver con tu muerte... -se estremeció al pronunciar la última palabra-. Me hubiera ido al fin del mundo aunque no hubiera ocurrido por culpa mía. Es obvio que debería haber sido más cuidadoso, tendría que haberme asegurado.
- Pero hay algo que aún no entiendo -dije-, y ése es el punto más importante de la cuestión: ¿y qué?
- ¿Perdona?
- ¿Y qué pasaba si yo había muerto?

Me miró dudando durante un momento muy largo antes de contestar.

- ¿No recuerdas nada de lo que te he dicho desde que nos conocimos?
- Recuerdo todo lo que me has dicho.

Claro que me acordaba... Incluyendo las palabras que negaban lo anterior.

Rozó con la yema de su cálido dedo mi labio inferior.

- Creo que ha habido un malentendido -cerró los ojos mientras movía la cabeza de un lado al otro con media sonrisa en su rostro hermoso, y no era una sonrisa feliz-. Pensé que ya te lo había explicado antes con claridad. Mírame. Yo no puedo vivir en un mundo donde tú no existas.
- Estoy... -la cabeza me dio vueltas mientras buscaba la expresión adecuada-. Estoy hecha un lío -ésa iba bien, ya que no le encontraba sentido a sus palabras.

Me miró profundamente a los ojos con una mirada seria y honesta.

- Soy un buen mentiroso. Tuve que serlo.

Me quedé helada, y los músculos se me contrajeron como si hubiera sufrido un golpe. La línea que marcaba el agujero de mi pecho se estremeció y el dolor que me produjo me dejó sin aliento.

Me sacudió por los hombros, intentando relajar mi rígida postura.

- ¡Déjame acabar! Soy un buen mentiroso, pero desde luego, tú tienes parte de culpa por haberme creído con tanta rapidez -hizo un gesto de dolor-. Eso fue... insoportable.

Esperé, todavía paralizada.

- Te refieres a cuando me dijiste adiós...

No podía permitirme el recordarlo. Luché por mantenerme en el momento presente.

- No ibas a dejarlo que lo hiciera por las buenas -susurró-. Me daba cuenta. Yo no deseaba hacerlo, creía que me moriría si lo hacía, pero sabía que si no te convencía de que ya no te amaba, habrías tardado muy poco en querer acabar con tu vida humana. Tenía la esperanza de que la retomarías si pensabas que me había marchado.
- Una ruptura limpia -susurré a través de los labios inmóviles.
- Exactamente. Pero... ¡Nunca imaginé que hacerlo resultaría tan sencillo! Pensaba que sería casi imposible, que te darías cuenta tan fácilmente de la verdad que yo tendría que soltar una mentira tras otra durante horas para apenas plantar la semilla de una duda en tu cabeza. Mentí y lo siento mucho, muchísimo, porque te hice daño, y lo siento también porque fue un esfuerzo que no mereció la pena. Siento que a pesar de todo no pudiera protegerte. Mentí para salvarte, pero no funcionó. Lo siento.

Hubo un silencio largo. Humedecí mis labios para decir algo pero de pronto él siguió.

- Pero, ¡¿cómo pudiste creerme?! Después de las miles de veces que te dije lo mucho que te amaba, ¿cómo pudo una simple palabra romper tu fe en mí?

Yo no contesté. Estaba demasiado paralizada para darle forma a una respuesta racional.

- Vi en tus ojos que de verdad creías que ya no te quería. La idea más absurda, más ridícula, ¡cómo si hubeira alguna manera de que yo pudiera existir sin necesitarte!

Seguí helada. Sus palabras me parecían incomprensibles, porque eran imposibles.

Me sacudió el hombro otra vez, sin fuerza, pero lo suficiente para que me castañetearan un poco los dientes.

- ¡Dime de una vez que es lo que estás pensando!

En ese momento rompí a llorar. Las lágrimas me anegaron los ojos, los desbordaron y me inundaron las mejillas.

- Lo sabía -sollocé-. Sabía que estaba soñando...
- Eres imposible -comentó y soltó una carcajada breve, seca y frustrada-. ¿De qué manera te puedo explicar esto para que me creas? No estás dormida ni muerta. Estoy aquí y te quiero. Siempre te he querido y siempre te querré. Cada segundo de los que estuve lejos estuve pensando en ti, viendo tu rostro en mi mente. Cuando te dije que no te quería... Ésa fue la más negra de las blasfemias.

Sacudí la cabeza mientras las lágrimas continuaban cayendo desde las comisuras de mis ojos.

- No me crees, ¿verdad? -susurró, con el rostro aún más pálido de lo habitual-. Puedo verlo incluso con esta luz. ¿Por qué te crees la mentira y no puedes aceptar la verdad?
- Nunca ha tenido sentido que me quisieras -le expliqué y la voz se me quebró dos veces-. Siempre lo he sabido.

Sus ojos verdes se entrecerraron y se le endureció la mandíbula.

- Te probaré que estás despierta -me prometió.

Me sujetó la cabeza entre sus dos manos de hierro, ignorando mis esfuerzos cuando intenté volver la cabeza havia otro lado.

- Por favor, no lo hagas -susurré.

Se detuvo con los labios a unos centrímetros de los míos.

- ¿Por qué no? -inquirió. Su aliento acariciaba mi rostro, haciendo que la cabeza me diera vueltas.
- Cuando me despierte... -él abrió la boca para protestar, de modo que me corregí-. ¡Vale, olvídalo! Rectifico: cuando te vayas otra vez, ya va a ser suficientemente duro sin esto.

Retrocedió unos centímetros para examinar mi rostro.

- Ayer, cuando te toqué, estabas tan... vacilante, tan cautelosa. Y todo sigue igual. Necesito saber por qué. ¿Acaso es demasiado tarde? ¿Quizá te he hecho demasiado daño? ¿Es porque has cambiado, como yo te pedí que hicieras? Eso sería... bastante justo. No protestaré contra tu decisión. Así que no intentes no herir mis sentimientos, por favor; sólo dime ahora si todavía puedes quererme o no, después de todo lo que te he hecho. ¿Puedes? -murmuró.
- ¿Qué clase de pregunta idiota es ésa?
- Limítate a contestarla, por favor.

Le miré con aspecto enigmático durante un rato.

- Lo que siento por ti no cambiará nunca. Claro que te quiero y, ¡no hay nada que puedas hacer contra eso!
-Es todo lo que necesitaba escuchar.

En ese momento, su boca estuvo sobre la mía y no pude evitarle. No sólo porque era miles de veces más fuerte que yo, sino porque mi voluntad quedó reducida a polvo en cuanto se encontraron nuestros labios. Este beso no fue tan cuidadoso como los otros que yo recordaba, lo cual me venía la mar de bien. Si luego iba a tener que pagar un precio por él, lo menos que podía hacer era sacarle todo el jugo posible.

Así que le devolví el beso con el corazón latiéndome a un ritmo irregular, desbocado, mientras mi respiración se transformaba en un jadeo frenético y mis manos se movían avariciosas por su rostro. Noté su cuerpo de mármol contra cada curva del mío y me sentí muy contenta de que no me hubiera escuchado, porque no había pena en el mundo que justificara que me perdiera esto. Sus manos memorizaron mi cara, tal como lo estaban haciendo las mías y durante los segundos escasos que sus labios estuvieron libres, murmuró mi nombre.

Se apartó cuando empecé a marearme, sólo para poner su oído contra mi corazón.

Yo me quedé quieta allí, aturdida, esperando a que los jadeos se ralentizaran y desaparecieran. 

- A propósito -dijo como quien no quiere la cosa-. No voy a dejarte.

No le respondí, y él pareció percibir el escepticismo en mi silencio.

Alzó su rostro hasta trabar su mirada en la mía.

- No me voy a ir a ninguna parte. Al menos no sin ti -añadió con más seriedad-. Sólo te dejé porque quería que tuvieras la oportunidad de llevar una vida feliz como una mujer normal aunque ambos sabemos que no lo eres. Jamás hubiera sido capaz de irme de no haber creído de que estarías mejor sin mí. Soy demasiado egoísta. Sólo tú eres más importante que cualquier cosa que yo quiera... O necesite. Todo lo que yo quiero o necesito es estar contigo y sé que nunca volveré a tener fuerzas suficientes para marcharme otra vez. Tengo demasiadas excusas para quedarme, ¡y gracias al cielo por eso! Parece que es imposible que estés a salvo, no importa cuántos kilómetros ponga entre los dos.
- No me prometas nada -mascullé. Si me permitía concebir esperanzas y luego terminaban en nada... Eso me mataría.

La ira brilló metálica en sus ojos verdes.

- ¿Crees que te estoy mintiendo ahora?
- No. No me estás mintiendo -sacudí la cabeza intentando pensar en el asunto de forma coherente. Quería examinar la hipótesis de que él me quería, pero sin dejar de ser objetiva, casi de modo clínico, para no caer en la trampa de la esperanza-. Realmente lo crees... ahora, pero ¿qué pasará mañana cuando pienses en todas esas razones que has mencionado en primer lugar?

Se estremeció.

Recordé otra vez aquellos últimos días antes de que él me dejara, intentando mirarlos desde el punto de vista de lo que me estaba contando ahora. Con esta nueva perspectiva, sus inquietantes  y fríos silencios de entonces adquirían un significado diferente si me hacía a la idea de que me había dejado amándome, que me había dejado por mi bien.

- No es como si hubieras cambiado de idea al respecto, ¿a que no? -adiviné-. Terminarás haciendo lo que crees que es correcto.
- No soy tan fuerte como tú pareces creer -comentó él-. Lo que estaba bien o mal había dejado de tener importancia para mí; pensaba regresar de todas maneras. Luchaba por pasar como pudiera cada hora. Nada más era cuestión de tiempo, y no quedaba ya mucho, que apareciera en tu puerta y te suplicara que me dejaras volver. Estaré encantado de suplicártelo si así lo quieres.

Hice una mueca.

- Habla en serio, por favor.
- Lo estoy haciendo -insistió con la mirada resplandeciente ahora-. ¿Querrás hacerme el favor de escuchar mis palabras? ¿Me dejarás que intente explicarte cuánto significas para mí?

Esperó, estudiando mi rostro mientras hablaba para asegurarse de que le estaba escuchando de verdad.

- Pequeña, mi vida era como una noche sin luna antes  de encontrarte, muy oscura, pero al menos había estrellas, puntos de luz y motivaciones... Y entonces tú cruzaste mi cielo como un meteoro. De pronto, se encendió todo, todo estuvo lleno de brillantez y belleza. Cuando tú te fuiste, cuando el meteoro desapareció por el horizonte, todo se volvió negro. No había cambiado nada, pero mis ojos habían quedado cegados por la luz. Ya no podía ver las estrellas. Y nada tenía sentido.

Quería creerle, pero lo que estaba describiendo era mi vida sin él y no al revés.

- Se te acostumbrarán los ojos -farfullé.
- Ése es justo el problema, no pueden.
- ¿Y qué pasa con tus distracciones?

Se rió sin traza de alegría.

- Eso fue parte de la mentira, mi amor. No había distracción posible ante la... agonía. Mi corazón no ha latido con significado, hasta que apareciste. Era como si hubiera desaparecido, como si hubiera dejado un vacío en su lugar, como si hubiera dejado todo lo que tengo dentro de aquí, contigo.
 - Qué divertido -murmuré.

Enarcó una ceja perfecta.

- ¿Divertido?
- En realidad debería decir extraño, porque parece que describieras cómo me he sentido yo. También notaba que me faltaban piezas por dentro. No he sido capaz de respirar a fondo desde hace mucho tiempo -llené los pulmones, disfrutando casi lujuriosamente de la sensación-. Y el corazón... Creí que lo había perdido definitivamente.

Cerró los ojos y apoyó el oído otra vez sobre mi corazón. Apreté la mejilla contra su pelo, sentí su textura en mi piel y aspiré su delicoso perfume.

29 de agosto de 2012

Lucha contra el agotamiento

De forma perversa, me mordí la lengua para evitar el flujo de preguntas que me inundaban. Probablemente, me fallaba el razonamiento debido al cansancio extremo, pero esperaba comprar algunas horas más de su compañía y ganar otra noche más.

Así que conseguí mantenerme despierta a base de beber Coca-Cola y resistir incluso a la necesidad de parpadear. Él parecía estar perfectamente feliz teniéndome en sus brazos, con sus dedos recorriéndome el rostro una y otra vez. Yo también le toqué la cara. No podía parar, aunque temía que luego, cuando volviera a estar sola, eso me haría sufrir más. Continuó besándome el pelo, la frente, las muñecas... Pero nunca los labios y eso estuvo bien. Después de todo, ¿de cuántas maneras se puede destrozar un corazón y esperar de él que continúe latiendo? En los últimos días había sobrevivido a un montón de cosas que deberían haber acabado conmigo, pero eso no me hacía sentirme más fuerte. Al contrario, me notaba tremendamente frágil, como si una sola palabra pudiera hacerme pedazos.

Él no habló. Quizás albergaba la esperanza de que me durmiera. O quizá no tenía nada que decir.

Salí triunfante en la lucha contra mis párpados pesados. Estaba despierta cuando llegamos a nuestro destino. Me sentí orgullosa de mí misma. No me había perdido ni un solo minuto.

11 de agosto de 2012

La leyenda renace

- ¡Já! Nadie diría que se alegra de verme.
- ¿No estaba confinado en casa?
- Necesitaba que me diera el aire.
- ¿Por qué no ha avisado a la policía?
- Tengo un amigo poderoso que se encarga de ese tipo de cosas. Ese vestido es algo descocado para escalar edificios.
- Sí, ¿y usted por quién se hace pasar?
- Por Bruce Wayne, excéntrico multimillonario.
- Hm...
- ¿Quién es su acompañante?
- Su mujer está en San Tropez pero no se ha llevado los diamantes. Temía que se los robaran.
- Se pronuncia "Sein Tropé". No querrá que la gente se dé cuenta de que es una delicuente y no una revista.
- ¿Cree que me importa lo que alguien de aquí piense de mí?
- Dudo que le importe lo que piense la gente en general.
- No sea condescendiente, Sr. Wayne. No sabe nada de mí.
- Bueno, Selena Kyle... Sé que ha venido desde su piso sin ascensor en la zona antigua. Muy modesto para una experta ladrona, lo que significa que está ahorrando para la jubilación o que se mezcla con la gente equivocada.
- Que haya nacido en el dormitorio principal de la mansión Wayne no le dará derecho a juzgarme.
- En realidad nací en la habitación regencia.
- Empecé haciendo lo que debía. Una vez que has hecho lo que debes, no te dejan hacer lo que quieres.
- Empiece de cero.
- No se puede empezar de cero en el mundo actual. Cualquier niño con un móvil puede averiguar lo que has hecho. Todo lo que hacemos se recopila y cuantifica. Todo está ahí.
- ¿Y eso justifica que robe?
- Cojo lo que necesito de aquellos que tienen más que suficiente. No me aprovecho de los que tienen menos.
- Robin Hood.
- Creo que yo haría más por los demás que la mayoría de la gente de este salón. Y que usted.
- ¿No estará tal vez presuponiendo demasiado?
- ¿Y usted tal vez no sea realista sobre lo que guarda en los pantalones a parte de la cartera?
- ¡Oh!
- ¿Cree que esto puede seguir así? Se avecina tormenta, Sr. Wayne. Ya pueden prepararse usted y sus amiguitos para capear el temporal porque cuando llegue todos van a preguntarse cómo pudieron creer que podían vivir con tanto y dejar tan poco para los demás.
- Parece que está deseando que ocurra.
- Me adapto.
- Ese collar le sienta mejor a usted que a mi caja fuerte. Aún así no puede quedárselo.



10 de agosto de 2012

Con las manos al volante

Mantuve la mirada fija en el parabrisas, consumida por una inmensa culpa.

Era un gran error alentarle. Puro egoísmo. No importaba lo mucho que intentara dejarle clara mi posición , no lo había hecho lo bastante bien si él guardaba alguna esperanza de que aquello pudiera acabar en otra cosa que no fuera una amistad.

¿Cómo se lo podía explicar para que lo entendiera? Yo era una cáscara vacía. Había estado completamente huera, como una casa desocupada (y declarada en ruinas), durante meses. Ahora había mejorado un poco. El salón estaba en mejor estado, pero eso era todo, sólo una pequeña habitación. Él se merecía algo mejor que eso, mejor que una casa con una sola habitación, es ruinas y a precio de saldo.

De alguna manera, sabía que no le iba a alejar de mí. Le necesitaba demasiado, aunque fuera egoísta por mi parte.

Es tu sitio

- ¿Yo te dejo sin oxígeno?
 - Tú... Tú a mí me dejas sin oxígeno, sin hidrógeno y sin toda la puta tabla de elementos periódicos.



Hay mariposas que sólo tienen 24 horas para hacerlo todo

- ¿Quieres que te diga lo que voy a hacer cuándo él vuelva? No me voy a ir. No. Ni me voy a meter debajo de un somier. Voy a ir a por ti a piñón fijo.
- No puedes hacer eso...
- ¿Por qué no? ¿por qué no puedo? Si ya lo estoy haciendo... Lo estoy haciendo porque creo que tú también me quieres. Y si me tengo que pelear con él como un puto perro para quitarle lo que es suyo, lo voy a hacer. Te lo juro.
- ¿Pero qué estás diciendo?
- Lo que pasa es que tu vida ha cambiado. Tú ya no estás en el sitio en el que estabas. Ni aunque él vuelva, ni aunque te perdone, estás en otro sitio.
- Eso no es así.
- ¡Sí! Eso sí es así.
- ¡No! No es así. Yo le quiero, ¿vale? Me da igual que todo haya cambiado. No le voy a dejar porque quiero estar con él. ¡Quiero estar con él!