30 de julio de 2011

El corazón.

- No tengo corazón. Si yo tuviera corazón, también podría necesitarte a ti.
- ¿Piensas que te gustaría tener corazón?
- Recuerdo que mi madre decía que, si tienes corazón, vayas a donde vayas, no puedes perder nada. ¿Eso es cierto?
- No lo sé. No sé si es verdad o no. Tu madre lo creía así. El asunto es si tú lo crees o no.
- Creo que sí puedo creerlo.
- ¿¡Lo crees!?, ¿¡Crees que puedes creerlo!?
- Quizá.
- Piénsalo bien. Es muy importante. Creer en algo, sea lo que sea, es un acto muy claro del corazón. ¿Entiendes? Imagina que crees en algo. Cabe la posibilidad de que te defrauden. Y si te defraudan, te sientes decepcionado. Y sentir decepción es parte de lo que el corazón es. ¿Tienes acaso corazón?
- No lo sé.
- Es posible que en tu interior quede algo vinculado al corazón, algo que conduzca a él. Pero está firmamente cerrado y no se manifiesta. Intentaré leer tu corazón.
- ¿De verdad crees que podrás leer mi corazón?
- Creo que podré leer tu corazón.
- ¿Y cómo?
- Todavía no lo sé. Pero lo lograré. Estoy convencido de ello. Seguro que hay un modo de conseguirlo. Y voy a descubrirlo.
- ¿Eres capaz de separar una de las gotas de lluvia que caen en el río de otra?
- Escúchame bien. El corazón no es como una gota de lluvia. No es algo que caiga del cielo, no es una cosa que pueda confundirse con otra. Si eres capaz de creerme, créeme. Lo encontraré. Aquí está todo, nada está aquí. Y sé que puedo encontrar lo que busco.
- Encuentra mi corazón.

17 de julio de 2011

Frío.

Cuando, tras separarme de ella, estabaa subiendo la Colina del Oeste, a mis espaldas el viento invernal soplaba con violencia, como si deseara adelantarme, y el agudo silbido que producía al pasar entre los árboles parecía rasgar el aire. Al darme la vuelta, vi una media luna que flotaba solitaria por encima de la torre del reloj y, a su alrededor, unos gruesos nubarrones que se deslizaban por el cielo. Bajo la luz de la luna, la superficie del río era negra como si hubiesen arrojado alquitrán.

De repente me acordé de una bufanda, que parecía muy cálida, que había descubierto en una maleta del archivo. Estaba comida por las polillas, pero, enrollada alrededor del cuello, me protegería del frío. Azotada por el viento, sin bufanda, las orejas me dolían como si me las cortaran con un cuchillo.

Di de nuevo la espalda a la ciudad y subí la cuesta helada camino de la marivollosa Alaska.


13 de julio de 2011

Cerré la botella de whisky.

- ¿Por qué bebes tanto?
- Quizá porque tengo miedo.
- Yo también tengo miedo y no bebo.
- Tu miedo y el mío son distintos.
- No sé qué decirte.
- Con los años, aumenta el número de cosas irreparables.
- También aumenta el cansancio, ¿Verdad?
- Sí. El cansancio también.
- Tranquilo. No te preocupes. Yo estaré a tu lado.
- Gracias.

9 de julio de 2011

Le quiero a él.

Solo lo quiero a él.
Quiero desear que llegue el día siguiente para verle sonreír una vez más, quiero ser la persona en la que piense cada noche, quiero que me aparte el pelo de la cara para besarme, quiero que me bese, quiero que me abrace, quiero que me acaricie, quiero que me diga que me quiere y quiero responderle yo más, quiero que me mire, quiero verle reír, quiero temblar después de cada beso que me dé, quiero que me acompañe a casa solo por pasar cinco minutos más a mi lado, quiero que mi corazón se pare cada vez que me mira aunque solo sea de lejos, quiero que se le acaben los besos y regalarle los míos, quiero que me haga sentir como una niña, quiero que se ponga nervioso cada vez que me vea, quiero que nada tenga sentido cuando esté con él, quiero que se ponga celoso, quiero enfadarme y besarle al segundo siguiente, quiero que se me inunden los ojos cada vez que me diga que me quiere, que me adora, quiero saltar de alegría cada vez que reciba un SMS suyo, quiero ponerme nerviosa cada vez que se acerque la hora de verlo de nuevo, quiero ponerme triste cada vez que tenga que despedirme de él, quiero quedarme con su ropa sólo porque tiene su olor, quiero sonreír cada vez que escucho su voz, quiero decirle mil veces que le quiero, quiero que me bese bajo la lluvia, quiero que me cuide y que me necesite.

Quiero que me siga queriendo aunque tenga miles de defectos y quiero ver ese brillo en sus ojos otra tarde más. 



Hubo alguien.

Se te olvidó que yo quedé libre para elegir. Te diré que hubo alguien que se encargó de darme todo cada tarde, que se moría por llenarme de detalles y valor tras amarme, que mientras tú vivías tu vida muy aparte se encargaba de la mía con coraje y logró conquistarme.

Y ese alguien, una noche de locura interminable...
¡Le entregué mi cariño, mi cuerpo, mi alma, mi mente y mi ser!

6 de julio de 2011

7667

- Piensa que la vida es como una caja de galletas.
- Quizá sea un poco tonto, pero a veces no te entiendo.
- En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan, y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo, cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: "Tengo que acabar con esto cuanto antes y ya vendrán tiempos mejores". Porque la vida es como una caja de galletas.
- Eso es filosofía.
- Pero es cierto. Yo lo he aprendido de manera empírica.



5 de julio de 2011

La lluvia había cesado casi por completo.

En el buzón no había ninguna carta. En el contestador automático tampoco había ningún mensaje. Por lo visto, nadie me necesitaba. Perfecto. Yo tampoco necesitaba a nadie. Saqué hielo del refrigerador y, en un vaso grande, me preparé un generoso whisky a sorbitos. Tenía la sensación de que iba a desmayarme de un momento a otro, pero no era razón suficiente para renunciar a mi exquisito ritual de final del día. Estos breves instantes que van desde que me acuesto hasta que me duermo no tienen parangón. Me meto en la cama con algo de beber y escucho música o leo. A mi modo de ver, estos momentos valen a una hermosa apuesta de sol o a respirar aire puro.

Iba por la mitad del whisky cuando sonó el teléfono. El aparato está sobre una mesa redonda, a unos dos metros de los pies de la cama. Esa noche no me apetecía levantarme y acercarme al teléfono, así que me quedé mirándolo y oyendo cómo sonaba con ojos distraídos. Sonó trece o catorce veces, pero lo ignoré. En una película antigua de dibujos animados el aparato hubiese vibrado a cada timbrazo, pero, por supuesto, en la realidad no ocurrió nada de eso. El aparato sonó y sonó, acurrucado sobre la mesa, inmóvil. Lo estuve mirando mientras me tomaba el whisky.

Al lado del teléfono, yo había dejado la cartera, la navaja y la sombrerera que me habían regalado. De pronto, se me ocurrió que tal vez fuese mejor abrirla enseguida y ver qué contenía. Quizá fuera algo que había que meter en el frigorífico, o tal vez un ser vivo. O quizá algo de gran valor. Pero estaba demasiado cansada. En primer lugar, de tratarse de algo así, tendrían que haberme dicho algo al respecto. Esperé a que el teléfono dejara de sonar, apuré el whisky de un trago, apagué la luz de la mesilla y cerré los ojos. Al cerrarlos, como si hubiera estado aguardando la ocasión, el sueño se precipitó sobre mí desde el cielo como una gigantesca red negra. Mientras me sumergía en sus profundidades, me dije: "Vete a saber lo que iba a ocurrir a continuación".


Volver.

- Sé que algo te hizo volver pero, ¿Por qué te has quedado?
- Irme fue peor de lo que esperaba pero como te dije no sé cuánto tiempo me quedaré, así que...
- Así sean diez años o mañana lo importante es que estás aquí.
- Ya no tenemos catorce años. El mundo siempre será más grande que nosotros.
- Quizá no deba ser todo o nada. Desde hace un año no he hecho otra cosa que sacrificarme a mí y a cuanto amo por el bien supremo. ¿Y si el mundo no tuviera que ser lo primero?
- El mundo te necesita.
- ¿Y nosotros, qué necesitamos?

4 de julio de 2011

Dentro de cinco años.

Me plantaría debajo de un árbol, literalmente.
Comería tierra y las raíces del mismísimo árbol. Creo que ser un topo no estaría nada mal. De hecho, una hormiga tampoco, ¡Y mira que las odio!
Era broma.

Apoyaría mi espalda en el tronco de aquel edificio natural con pelos gruesos y duros en los pies, pero sólo lo haría un día en que las zapatillas estuvieran llenas de barro y parezca que salga de la ducha. Sin olvidar que las zapatillas sean negras, lleve una camisa de botones blanca con el sujetador de tres días y para colmo que vaya con los vaqueros viejos puestos sin abrochar.
La última condición sería tener 23 años. ¿Por qué? Porque si fueran 13, con las tetas tan pequeñas, no llevaría sujetador y como después del 1 va el 2, y después del 2 va el 3, daría lugar a 23.

Sí, sería fascinante.