31 de mayo de 2012

Lewis Hine

Una vez le preguntaron a Lewis Hine, un fotógrafo de guerra, por qué había elegido esa profesión. Él contestó que si pudiese contar con palabras todo lo que veía, no necesitaría cargar todo el día con una cámara de fotos. Que ciertos momentos de belleza, de desolación, de horror y de heroísmo estaban más allá de las palabras. Yo también lo creo.

Hay cosas que no podemos explicar con simples palabras. Cosas como seguir vivos, sentimientos como el amor y el compromiso o sensaciones como volver a abrazar a un amigo. Quizá por eso nuestra vida se compone de imágenes, momentos congelados en el tiempo para siempre, de decisiones que cambian sin remedio el rumbo de las cosas, de fotografías fijas guardadas en la memoria que nos recuerdan cada segundo lo hermoso que es vivir.
 


30 de mayo de 2012

El miedo.

El miedo es como la familia, que todo el mundo tiene una, pero aunque se parezcan, los miedos son tan personales y tan diferentes como pueden serlo todas las familias del mundo.

Hay miedos tan simples como desnudarse ante un extraño, miedos con los que uno aprende a ir conviviendo... Hay miedos hechos de inseguridades. Miedo a quedarnos atrás, miedo a no ser lo que soñamos, a no dar la talla, miedo a que nadie entienda lo que queremos ser...
Hay miedos que nos va dejando la conciencia, el miedo a ser culpables de lo que les pasa a los demás y también el miedo a lo que no queremos sentir, a lo que no queremos mirar, a lo desconocido... Como el miedo a la muerte, a que alguien a quien queremos desaparezca.

Y hoy he escuchado a un señor encantador que decír que la felicidad es la ausencia del miedo.
Entonces, me he dado cuenta de que, últimamente, yo ya no tengo miedo.

6 de mayo de 2012

S28A

Resultó algo atroz. Tenía la sensación de que me habían practicado una gran abertura en el pecho a través de la cual me habían extirpado los principales órganos vitales y me habían dejado allí, rajada, con los profundos cortes sin curar y sangrando y palpitando a pesar del tiempo transcurrido. Racionalmente, sabía que mis pulmones tenían que estar intactos, ya que jadeaba en busca de aire y la cabeza me daba vueltas como si todos esos esfuerzos no sirvieran para nada. Mi corazón también debía seguir latiendo, aunque no podía oír el sonido de mi pulso en los oído e imaginaba mis manos azules del frío que sentía. Me acurrucaba y me abrazaba las costillas para sujetármelas. Luché por recuperar el aturdimiento, la negación, pero me eludía.

Y, sin embargo, me di cuenta de que iba a sobrevivir. Estaba alerta, sentía el sufrimiento, aquel vacío doloroso que irradiaba de mi pecho y enviaba incontrolables flujos de angustia hacia la cabeza y las extremidades. Pero podía soportarlo. Podría vivir con él. No me parecía que el dolor se hubiera debilitado con el transcurso del tiempo, sino que, por el contrario, más bien era yo quien me había fortalecido lo suficiente para soportarlo.

Fuera lo que fuera lo que hubiese ocurrido esa noche, tanto si la responsabilidad era de mi padre, de la adrenalina o de las alucinaciones, lo cierto es que me había despertado.

Por primera vez, en mucho tiempo, no sabía lo que me depararía la mañana siguiente.

1 de mayo de 2012

Dichoso tiempo.

El tiempo pasa incluso aunque parezca imposible, incluso a pesar de que cada movimiento de la manecilla del reloj duela como el latido de la sangre al palpitar detrás de un cardenal. El tiempo transcurre de forma desigual, con saltos extraños y treguas insoportables, pero pasar, pasa. Incluso para mí.