22 de septiembre de 2012

Tu voz

Volví mi cara hacia él y apreté los labios sobre la piel -fría como la piedra- de su cuello.

- Gracias -dijo mientras dejábamos atrás las vagas siluetas oscuras de los árboles-. Que me beses ahí me da un placer inmenso y con tu delizadeza de persona menuda, me encanta.

Me reí. Mi risa sonaba fácil, natural, fluida. Sonaba bien.

- ¿Sabes? No sé cómo, pero volveré a ganarme tu confianza -murmuró, en su mayor parte para él-. Aunque sea lo último que haga. De verdad, peque.
- Confío en ti -le aseguré-, pero no en mí.
- Explica eso, por favor.

Ralentizó el ritmo hasta limitarse a andar -sólo me di cuenta porque cesó el viento- y supuse que no debíamos de estar lejos de la casa. De hecho, me pareció distinguir en medio de la oscuridad el sonido del río mientras fluía en algún lugar cercano.

- Bueno... -me devané los sesos para encontrar la forma adecuada de expresarlo-. No confío en que yo, por mí misma, reúna méritos suficientes para merecerte. No hay nada en mí capaz de retenerte.

Se detuvo y se estiró. Sus manos suaves no me soltaron y me abrazó con fuerza, apretándome contra su pecho.

- Me retendrás de forma permanente e iquenbrantable -susurró-. Nunca lo dudes.

Ya, pero ¿cómo no iba a tener dudas?

- Al final no me lo has dicho... -musitó él.
- ¿El qué?
- Cuál era tu gran problema.
- Te dejaré que lo adivines -suspiré mientras alzaba la mano para tocarle la punta de la nariz con el dedo índice.
- ¿Todo este tiempo?
- Mi gran problema es que vuelvas a desaparecer. No quiero que desaparezcas.
- Sólo hay una forma de hacerte ver que no puedo dejarte -susurró-. Supongo que no hay otro modo de convencerte que el tiempo.

La idea del tiempo me agradó.

- Vale -admití.

Su rostro seguía martirizado, así que intenté distraerle con tonterías sin importancia.

- Bueno, ahora que vas a quedarte, ¿puedo recuperar mis cosas? -le pregunté con el tono de voz más desenfadado del que fui capaz.

Mi intento funcionó en gran medida: se rió, pero el sufrimiento no desapareció de sus ojos.

- Tus cosas nunca desaparecieron -me dijo-. Sabía que obraba mal, dado que te había prometido paz sin recordatorio alguno. Era estúpido e infantil, pero quería dejar algo mío junto a ti. Los dibujos, las fotografías, los billetes de avión... todo está debajo de los libros de mi estantería roja.
- ¿De verdad?

Asintió. Parecía levemente reconfortado por mi evidente alegría ante este hecho tan trivial, aunque no bastó para borrar el dolor de su rostro por completo.

- Creo -dije lentamente-, no estoy segura, pero me pregunto... Quizá lo he sabido todo el tiempo.
- ¿Qué es lo que sabías?

Sólo pretendía alejar el sufrimiento de sus ojos, pero las palabras sonaron más veraces de lo que esperaba cuando las pronuncié.

- Una parte de mí, tal vez fuera mi subconsciente, jamás dejó de creer que te seguía importando que yo viviera o mueriera. Ése es el motivo por el que oía las voces.

Se hizo un silencio absoluto durante un momento.

- ¿Voces? -repitió con voz apagada.
- Bueno, sólo una, la tuya. Es una larga historia -la desconfianza de sus facciones me hizo desear no haber sacado el tema a coalición. ¿Pensaría él, como todos los demás, que estaba loca? ¿Tenían razón en ese punto? Pero al menos desapareció de su rostro la expresión de que algo iba a arder.
- Tengo tiempo de sobra -repuso de forma forzada, pero sin alterar la voz.
- Es bastante patético.

Esperó.

No estaba segura de cuál podía ser la mejor forma de explicárselo.

- ¿Recuerdas lo que dijo tu hermana pequeña sobre los deportes de riesgo en su ejercicio de castellano? -pregunté.
- Sí.
- Pues verás... Quería probar que tu teoría de que soy un imán para el peligro no era verdad.
- ¿Y qué hiciste para ver que estabas equivocada?
- Pues me fui con un amigo a unas carreras de motos. Aquellas que no quería que él fuera.
- ¿Qué?
- Espera -le tranquilicé-. Sólo le acompañé pero cuando me ofreció subir y me acerqué para decirle que no montaría y que tuviera cuidado, oí tu voz. Era un rugido y me advertía que no lo hiciera.
- ¿Y por qué lo hiciste?
- Pues... -sentía que me quedaba sin palabras- Porque era la única forma que estuvieras a mi lado. Mira, descubrí que te recordaba con mayor claridad cuando hacía algo estúpido o peligroso... -le confesé, sintiéndome completamente chiflada-. Recordaba cómo sonaba tu voz cuando te enfadabas. La escuchaba como si estuvieras a mi lado. En general, intentaba no pensar en ti, pero en momentos como aquéllos no me dolía mucho, era como si volvieras a protegerme, como si no quisieras que resultara herida. Y bueno, me preguntaba si la razón de que te oyera con tal nitidez no sería que. debajo de todo eso, siempre supe que no habías dejado de quererme...

Tal y como había ocurrido antes, las palabras cobraron poder de convicción a medida que las pronunciaba. Eran sinceras. Una fibra en lo más sensible de mi ser supo que yo decía la verdad.

- Tú... arriesgabas la... vida... para oírme... -dijo con voz sofocada.
- Calla -le atajé-. Espera un segundo. Creo que estoy teniendo una epifanía en estos momentos...

Pensé en la primera carrera. Había planeado dos opciones -locura o deseo de sentirme realizada- sin ver la tercera alternativa.

Pero, ¿qué ocurriría si...?

¿Qué ocurriría si hubiera creído sinceramente que algo era cierto, aunque estuviera totalmente equivocada? ¿Qué sucedería si hubiera estado tan empecinadamente segura de que tenía razón que no me hubiera detenido a considerar la verdad? ¿Qué habría hecho la verdad? ¿Permanecer en silencio o intentar abrirse camino?

La tercera opción era que él me amaba. El vínculo establecido entre nosotros dos era de los que ni la ausencia ni la distancia ni el tiempo podían romper, y no importaba que él pudiera ser más especial, guapo o perfecto que yo, él estaba tan irremediablemente atado como yo, y si yo le iba a pertenecer siempre, eso significaba que él siempre iba a ser mío.

¿Era eso lo que me estaba intentando decirme a mí misma?

- ¡Vaya!
- ¿Qué pasa? -preguntó.
- Ya, vale. Lo entiendo.
- ¿En qué consiste tu epifanía...? -me preguntó con voz tensa.
- Tú me amas -dije maravillada. La sensación de convicción y certeza me invadió de nuevo.

Aunque la ansiedad continuó presente en sus ojos, la sonrisa torcida que más me gustaba se extendió por su rostro.

- Con todo mi ser.

Mi corazón se hinchó de tal modo que estuvo a punto de romperme las costillas. Ocupó mi pecho por completo y me obstruyó la garganta dejándome sin habla.

Me quería de verdad igual que yo a él, para siempre.

Me tomó el rostro entres sus manos y me besó hasta que sentí tal vértigo que todo el bosque empezó a dar vueltas. Entonces, inclinó su frente sobre la mía y supe que yo no era la única que respiraba más agitadamente de lo normal.

- ¿Sabes? Se te da mejor que a mí -me dijo.
- ¿El qué?
- Sobrevivir. Al menos, tú lo intentaste. Te levantabas por las mañanas, procurabas llevar una vida normal por el bien de tu hermano, y seguiste tu camino. Yo era un completo inútil. No podía estar cerca de mi familia ni de nadie más. Me avergüenza admitir que me acurrucaba y dejaba que el sufrimiento se apoderara de mí -esbozó una sonrisa turbada-. Fue mucho más patético que oír voces.

Me sentía profundamente aliviada de que pareciera comprenderlo, me reconfortaba que todo aquello tuviera sentido para él. En todo caso, no me miraba como si estuviera loca. Me miraba como... si me amara.

- Sólo una voz -le corregí.

Se echó a reír y me apretó con fuerza a su costado derecho antes de guiarme hacia delante.

20 de septiembre de 2012

El cazador

- ¿Cómo puedes abandonarla cuando sabes la verdad?
- Sí, sé la verdad. Por eso debe estar lo más lejos de mí. Siempre que he querido algo me lo han arrebatado... Pero esta vez no. Está más segura aquí contigo.



13 de septiembre de 2012

Olvídala

- ¿Cómo hago compañero para decirle que no he podido olvidar? Que por más que lo intento sus recuerdos siempre habitan mi mente, que no puedo pasar siquiera un día sin verla desde lejos, que siento enloquecer al verle alegre y sonreír y no es conmigo... Yo sé que le falté a su amor tal vez porque a mí otra ilusión me sonreía y no pensé que sin ella en mi vida se me acabaría el mundo...
- Yo sé que estás arrepentido y duele pero ya no eres nadie en su vida... Ella encontró por quien vivir hoy y que la busques es un absurdo. ¡Olvídala!
- No es fácil para mí, por eso quiero hablarle. Y si es preciso, rogarle que regrese a mi vida...
- ¡Inténtalo!
- ¡Es que no quiero hacerlo! Si por dejar sus sueños me causa mil heridas.
- Olvídala mejor, olvídala. Arráncala de ti que ya tiene otro amor. Arráncala de ti que busca otra ilusión.
- Es que no no dejan los recuerdos. Si yo le enseñé amar, fui su primer amor. No sale de mis pensamientos, aún ella vive aquí dentro del corazón.
- Hermano es tu deber para luchar hacia quien no te quiere. A quien ya gracias a Dios ya te olvidó y encontró amor en su camino. No sé si por venganza, por rencor o porque tú no le convienes... O tal vez fue que nunca perdonó que tú le hirieras el camino. Mirar que tú jugaste a los amores cuando lo eras todo en su mirada...
- Yo sé que le falté. Debo pagarle, pero que me perdone.
- Yo a ella la vi llorar amargas noches cuando injustamente la cambiabas...
- Yo estoy arrepentido y quiero que ella olvide que tuve errores.
- ¡Olvídala!
- ¡Yo no lo quiero hacer! Lucharé por tenerla. Ella es cielo y estrellas... Ella es todo en mi vida. ¡La quiero! No te digo mentiras y aunque se pase el tiempo... Por ella doy la vida.