13 de junio de 2012

Jamás iba a bastar

¡Cuánto me hubiera gustado que él hubiera sido mi hermano! Un hermano de carne y hueso, de modo que pudiera tener cierto derecho sobre él y verme libre de todo remordimiento. Dios sabía que nunca había pretendido aprovecharme de él, pero no pude evitar pensar que la culpa que sentía en ese momento quería decir que lo había hecho.

Más aún, jamás había tenido intención de quererle. Había una cosa que sabía a ciencia cierta, lo sabía en el fondo del estómago y en el tuétano de los huesos, lo sabía de la cabeza a los pies, lo sabía en la hondura de mi pecho vacío... El amor concede a los demás el poder para destruirte.

A mí me habían roto más allá de toda esperanza.

Pero yo le necesitaba a él, le necesitaba como si fuera una droga. Le había usado como una muleta durante demasiado tiempo y ahora estaba más enganchada de lo que había planeado a estar con nadie. No soportaba la idea de hacerle daño ni tampoco podía impedirlo. Él pensaba que el tiempo y la paciencia me cambiarían, y yo sabía que, a pesar de que era un error total, le iba a dejar intentarlo.

Era mi mejor amigo. Siempre iba a quererle, pero eso nunca jamás iba a bastar.

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